Escalas del uso compartido

La vida comunitaria más allá del hogar 

A lo largo de la historia de California, la precariedad y el idealismo han dado lugar a formas radicales de compartir. Los experimentos resultantes de compartir herramientas, conocimientos, entornos domésticos, mano de obra, recursos y gobernanza han cobrado una nueva relevancia hoy en día, al vernos obligados a pensar a una escala que va más allá de nosotros debido al impacto del cambio climático y la pandemia. Sin embargo, son precisamente los actos de puesta en común en nuestro entorno más íntimo —el espacio doméstico— los que pueden enseñarnos a habitar nuestras ciudades de un modo más comunitario y sostenible. Ello implica volver a ver la ciudad como un «bien común» y participar en comunidad de ese uso común como si fuera un acto social en el que cultivamos las relaciones con los demás para el cuidado colectivo de los recursos que compartimos.

Uno de los experimentos de puesta en común, las comunas de los años 60, dominan la narrativa de la Costa Oeste y de California en particular. Como parte del movimiento de vuelta a la vida rural, la mayoría de las comunas fundadas en aquella época se situaban en zonas del interior. A menudo descrito como un acto de retraimiento de la ciudad, la sociedad y el gobierno, fue en igual medida el deseo de «construir mundo» lo que llevó a los comuneros a las zonas rurales. El relativo aislamiento de las comunas del interior puso de manifiesto la necesidad y las ventajas de una gestión conjunta de todos los aspectos, desde el cuidado de los niños hasta los recursos financieros, alimentarios y energéticos, a menudo escasos.

Nuestros estudios sobre el resurgimiento de la vida comunal revelan que el acto de compartir está más matizado en las comunidades intencionales urbanas de hoy en día. El examen de lo que se comparte, y por quién, revela múltiples niveles de acceso a los recursos a los que denominamos escalas de compartir. Puede que sólo unos pocos compartan el cuarto de baño, mientras que doce comparten la cocina y todos los habitantes de la casa utilizan conjuntamente sus espacios vitales. Compartir la cama o el baño aumenta la familiaridad con algunos miembros de la comunidad y permite gestionar más fácilmente el mantenimiento de estos espacios.

 

Espacio doméstico para la vida en comunidad.

Compartir el espacio doméstico a diferentes escalas, comuna de Embassy, San Francisco. Imagen © Antje Steinmuller y Neeraj Bhatia

En la comuna de Embassy de San Francisco, los servicios compartidos por todos incluyen múltiples espacios habitables, además de un invernadero, una ducha exterior, una bolera y una sauna. La proximidad de varios espacios facilita las decisiones sobre su uso y, con el tiempo, permite experimentar.

Una de las salas de estar de Embassy se convirtió en la «Sala Social Antisocial», un espacio en el que los residentes podían reunirse con otros y, a la vez, estar solos. La sala de estar adyacente acoge debates periódicos sobre la gobernanza comunitaria, otro aspecto de la vida en común que requiere frecuentes evaluaciones y negociaciones, y permanece en constante estado de transformación. La intimidad, dentro de este entorno compartido de múltiples capas, no está ligada al dormitorio, sino que ocupa rincones y grietas: el pequeño invernadero, la sauna o una silla en la Sala Social Antisocial.

Los experimentos de construcción de mundos continúan hoy en día. Ephemerisle, un encuentro de una semana en el delta del río Sacramento-San Joaquín, construye un espacio social temporal que se entiende a sí mismo como campo de pruebas para un futuro en el que los humanos se vean obligados a emigrar al océano. Cada verano, estructuras flotantes autoconstruidas se conectan con embarcaciones para formar una pequeña ciudad sobre el agua que experimenta con formas de gobierno no jerárquicas inspiradas, para algunos, en ideales libertarios. Los recursos se comparten entre un grupo cambiante de participantes, algunos de los cuales vienen a divertirse, mientras que otros participan en el experimento social de la supervivencia colectiva en el agua.

El fundador de Ephemerisle, Patri Friedman, director ejecutivo de The Seasteading Institute, ha hecho hincapié en el incrementalismo como parte de la construcción de nuevas sociedades. Un proceso incremental de aprendizaje a partir de la experimentación, favoreciendo la evolución orgánica frente al cambio descendente, también parece caracterizar a muchas comunidades intencionales sostenibles que comparten un hogar. Si consideramos que las lecciones extraídas del espacio doméstico compartido podrían ampliarse para inspirar a la ciudad contemporánea, podría resultar igualmente necesario imaginar procesos graduales. Deberíamos empezar por cuestionar nuestras nociones de privacidad y nuestra necesidad de ella, encontrándola quizás en los espacios urbanos.

Imagen de una comunidad en San Francisco.

Compartir en red más allá del hogar en el barrio, comuna de Embassy, San Francisco. Imagen © Antje Steinmuller y Neeraj Bhatia

Aprender del «procomún doméstico» en lugares como la comuna de Embassy para rehacer las ciudades exige redefinir jurídicamente lo que constituye una familia.  Dado que la familia nuclear sólo ocupa alrededor del 30% de los hogares, puede que tengamos que replantearnos colectivamente cómo construimos las viviendas para dar cabida a las necesidades de diferentes tipos de unidades sociales y las escalas a las que las comunidades de individuos comparten el espacio. A medida que las escalas de uso compartido se amplían al vecindario como bien común, la forma de los espacios urbanos debe priorizar la accesibilidad y la flexibilidad, pero también la especificidad espacial para dar cabida tanto a quienes buscan estar «solos en público» como a una gama polifacética de eventos planificados e impredecibles, todo ello organizado y gobernado de manera que pueda confiar en el control distribuido y el mantenimiento por parte de los usuarios.

En la actualidad, puede que existan pocos ejemplos de ampliación de los bienes comunes domésticos, pero existen semillas para un cambio urbano gradual. En San Francisco, un grupo de comunidades intencionales de un mismo barrio ha establecido estrechas relaciones en las que se comparten recursos de uso menos frecuente, como herramientas, kayaks y vehículos de mayor tamaño. Los servicios como salas de yoga y otros espacios de reunión se abren a los demás dentro de esta comunidad de Haight Street.

Este grupo de comunidades intencionales está tratando de sacar el máximo provecho al programa del Distrito Cultural de la ciudad para crear un Distrito Comunal, un barrio en el que los residentes participantes abran espacios a la comunidad en general a cambio de acceso a una red de «bienes comunes» distribuidos de la misma forma. En todas las escalas de uso compartido, la negociación y el compromiso directo en la gestión son fundamentales para que exista el procomún: establecer relaciones con los demás, formar una comunidad duradera y, de paso, hacer evolucionar una ciudad más «compartida».

Imagen principal: «House of Commons», exposición de investigación de Neeraj Bhatia y Antje Steinmuller, 500 Capp St Foundation, San Francisco, 2022. Foto © Antje Steinmuller